La Cellista



     Un cuarto para las nueve. Hacía falta mi chaleco negro para partir al concierto; no me gusta ir muy elegante a estos eventos. Lo saco del armario, parecía arrumbado pero es a un costado y a la izquierda del guardarropa donde guardo mi vestimenta favorita. Hora de partir.

      El sol se ha metido y la luz eléctrica protege la ciudad de la oscuridad absoluta. No hay luna esta noche, el cielo la cubre con una gran nube gris; revisé el pronóstico antes de partir y al parecer no lloverá esta noche. Caminando por las calles en busca de un taxi me percato de la diferencia de horarios de los habitantes, algunos comenzarán el día a esta hora y otros, exhaustos, se retiran a descansar. Por fin detengo un taxi con luz roja en el parabrisas y una vez dentro le doy la dirección de mi destino, a los pocos segundos ya me encuentro de camino, miro mi reloj, nueve con un minuto, estoy bastante a tiempo.

     Por fin llego al lugar, una construcción conservada y alguna vez remodelada, de piedra gris adornada de forma elegante a la ocasión, luces amarillas iluminan parte del edificio y adornos florales se encuentran amenizando la entrada. Le entrego mi boleto de pase al portero y me regresa la parte donde vienen señalado mi asiento al mismo tiempo que me da la bienvenida cordialmente. Una vez pasando al portero hay un vestíbulo enorme y dorado con alfombra roja repleto de gente, con dos entradas laterales al teatro. Me introduzco por el lado derecho y ubico mi asiento tratando de no chocar con nadie, pues todos hacemos lo mismo. Encuentro algunos viejos amigos cerca de mi asiento y les saludo con felicidad, se ven emocionados al igual que yo. Me siento y miro nuevamente mi reloj. Nueve veintisiete, excelente hora para relajarme y esperar a que comience el espectáculo.

     El escenario se encuentra oculto tras el telón gigantesco y tinto, imagino  a las personas preparadas detrás de él. Un locutor anuncia el inicio del evento e inmediatamente se abre el telón, se hace la presentación formal del acto; se nombra a la orquesta, al director y finalmente a la razón por la que he llegado hasta aquí esta noche. Una cellista vestida de un negro noche sentada en el centro ligeramente a la izquierda de la media luna que forma el conjunto de músicos. Parece feliz y concentrada en hacerlo bien, podría jurar que está temblando un poco.

     Comienza la sinfonía con suaves clarinetes y flautas de pan, los instrumentos comienzan a sumarse a orden del director; la mayoría de ellos son de cuerdas, dividiéndose el trabajo y construyendo poco a poco el movimiento musical. Pasado un tiempo, los instrumentos dejan de sonar en forma decreciente salvo uno estelar, la cellista. Concentrada en su trabajo mueve artísticamente el arco y desplaza suavemente los dedos a través del mástil. La música saliente es suficiente para armonizar el lugar, todos prestan atención al sonido y a sus movimientos.

     Realiza algunos cambios de ritmo que mantiene a la audiencia despierta y atenta y, en algún punto, se comienzan a sumar los demás participantes de la obra, acompañándola y continuando con la última parte del movimiento con pequeños y drásticos cambios bien ejecutados. Permanezco en silencio sintiendo la música y observando la armonía del movimiento de mi amiga de hace años. Existe de pronto una pausa para todos los cellos mientras los demás instrumentos continúan. Ella me voltea a ver de repente, como si conociera el número de mi asiento y supiera que estaría allí. Sonríe y le sonrío de vuelta, ella vuelve al segundo a su instrumento y prepararse para continuar, su sonrisa se transforma en profesionalismo.

      Puedo notar en ese momento un pequeño nudo en mi garganta y mis ojos ligeramente húmedos. Ella estaba donde siempre había querido, se esforzó para ello y lo consiguió como todos sabíamos que lo haría. Qué momento tan perfecto al ver que la oruga por fin es mariposa.

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